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“Los obstáculos más grandes se los pone uno mismo”

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José Cevallos, un joven que jamás dejo de sonreírle al mundo.

Eran cerca de las diez y media de la mañana cuando nos adentramos a la Universidad de Guayaquil en busca de la facultad de Jurisprudencia, en donde sería nuestra cita con un joven de 19 años.

Lo observamos atentamente antes de comenzar la entrevista, él estaba sentado sobre un improvisado asiento, manipulaba ágilmente su smartphone con el dedo anular, luego se lo acercaba al oído para asentir levemente; tenía sus ojos cubiertos por unas gafas negras rectangulares y un bastón blanco descansaba sobre su mochila.

Al momento de acercarnos, él nos saludó con una breve sonrisa y colocó su mano sobre el hombro de mi compañera para guiarnos a la biblioteca de la facultad en donde nos relataría su historia.  

Todo sucedió en el 2010 cuando fue hospitalizado para curar una enfermedad que había contraído, pero los medicamentos usados para curar el toxoplasma le activaron el síndrome de Stevens Johnson, una enfermedad que siempre estuvo presente en su cuerpo y es producida por una reacción alérgica hacia un medicamento suministrado, la cual le afectó principalmente la piel, las membranas mucosas y su visión.

La evolución de la enfermedad fue complicada, José era un niño de tan solo diez años, no tenía ni idea de lo que se avecinaba pues al principio solo le aplicaban sueros en el hospital cuando le empezaron a salir pequeñas descamaciones en la piel; sus labios, manos y pies se pelaron por completo, sus uñas y pestañas se cayeron y la situación empeoró con el transcurrir de los días.

Las pequeñas descamaciones hicieron que el color de su piel pase de ser morena a roja, luego a café y por último a negra. En quemaduras de tercer grado se convirtieron las llagas de su piel, “estaban en el 90% de su cuerpo” manifestaron sus padres, porque Cevallos no lo recuerda.

Durante todo ese tiempo estuvo en terapia intensiva y cuando despertó se encontraba en área de los quemados. Esa fue la etapa más crítica para sus familiares, debido a que los doctores tuvieron que remover toda la piel muerta de su anatomía, dando un plazo de tres días para que esta pudiera regenerarse; en caso contrario, las esperanzas de vida eran desalentadoras.

Como secuela del síndrome de Stevens Johnson tuvo una afectación ocular severa que le causo la pérdida de la visión de manera permanente. Primero se le obstruyeron los conductos lagrimales, a pesar que lloraba no le salían lágrimas; luego perdió el líquido intraocular que desencadenó en la resequedad de la vista, por lo que el parpado se le pegó a la córnea.

Él aún podía ver con un ojo; sin embargo, el proceso más doloroso fue cuando tuvieron que perforarle las corneas y, aun cuando le realizaron siete operaciones para tratar de no perder su visión, los resultados no fueron favorables y en su última intervención quirúrgica le extirparon su ojo izquierdo.

Cuando José salió del hospital tenía que ir a consultas, por lo menos tres veces por semana, con diferentes especialistas como al dermatólogo y oftalmólogo. “Los gastos de la hospitalización y operaciones gracias a Dios fueron pagados por diferentes médicos que conocieron mi caso”, relata Cevallos, quien confiesa que hubo momentos en que se acercaban personas que no conocía y les dejaban dinero a sus padres. “Si eso no es la mano de Dios, ¡no sé qué será!”, exclama.

Cevallos tuvo muchos altibajos en su vida y la que más lo marcó fue cuando estudió en el colegio Vicente Rocafuerte, en Guayaquil, ya que en octavo año fue víctima de discriminación por parte sus compañeros. “Ellos me preguntaban por qué usaba gafas y bastón, pensaban que yo fingía estar ciego e incluso me insultaban” manifiesta con cierto pesar.

Para él fue chocante que el colegio se hiciera mixto pues escuchaba a sus compañeros y había cosas que él no podía realizar debido a su discapacidad, como poder relacionarse con chicas. Recuerda, entre risas, que había veces en que ellas lo dejaban “hablando con el aire”; sin embargo, él nunca renegó y trato de salir adelante por su cuenta, pues confiesa que no le gusta depender de otras personas para realizar alguna actividad.

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José, un estudiante con grandes ambiciones y fiel creyente de Dios.

En el presente, Cevallos no debe asistir de manera recurrente al centro médico, pero como él no tiene el lubricante natural del ojo, debe aplicarse gotas y cremas para que no se le presenten complicaciones.  

A pesar de las graves consecuencias causadas por este extraño síndrome, José ha sabido sobrellevar su situación con la ayuda de su familia. Actualmente cursa el segundo semestre de la carrera de Derecho en la Universidad de Guayaquil; planea hacer una maestría. “Abogados hay muchos, con maestría pocos”, comenta Cevallos, quien no se considera un ejemplo de superación, ni que está haciendo algo extraordinario; manifiesta que “simplemente estoy haciendo lo que cualquier persona haría con el apoyo necesario”.

Como reflexión final, José declaró que en ocasiones los obstáculos más grandes “se los pone uno mismo, y si tú quieres alcanzar alguna meta está de más ponerse pensamientos negativos ya que lo único que conseguirás será estancarte y no mostrar tu verdadero potencial, así que mientras uno no se ponga obstáculos en el camino puede continuar tenga o no alguna discapacidad”, culmina.

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