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“DIOS ESCRIBIÓ MI HISTORIA 
Y NO TENGO POR QUÉ RENEGAR”
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Laurita Vizueta, una adulta mayor con muchas ganas de vivir pese a la enfermedad que padece.

De piel arrugada, ojos grises que denotan madurez y el paso del tiempo –reflejado también en su melena adornada por canas y cabellos castaños-, y con un espíritu vehemente capaz de sobrellevar las vicisitudes que se presentan en su vida. Así es Laura María Vizueta Zamora, una adulta mayor que a sus 76 años de edad padece de insuficiencia renal, una patología que provoca que sus riñones no purifiquen correctamente la sangre, reteniendo líquido y acumulando desechos peligrosos para su organismo.

 

“Sus riñones han dejado de funcionar y la única manera de seguir viviendo es sometiéndose a hemodiálisis, por lo menos tres veces por semana”. Esta es la consigna que Laurita, como la llaman de cariño, mantiene presente en su mente desde hace cinco años. Aunque su situación económica no es favorable ni cuenta con la ayuda financiera de sus tres hijos, Vizueta ha logrado costear los gastos de las terapias gracias a la ayuda de su nieto José Martínez, quien se ha convertido en su mayor motivación.

 

“Yo he estado con ella en todo momento, para mí es muy duro ver a mi madre (como llama a su abuela) aferrarse a la vida aún con esta difícil enfermedad. Por suerte, a través de unos contactos, logré que pueda acceder al seguro voluntario para que así el tratamiento me salga más económico”, relata José, mientras su abuela se prepara para salir hacia la Clínica Sotomayor a recibir una nueva terapia de la semana.

 

Laurita vive en los alrededores de la cooperativa Hogar de Nazaret, ubicada al noroeste de Guayaquil. En aquel lugar se percibía un ambiente pesado -en cada parque se observaban jóvenes fumando y tomando-, pero dentro de la casa de  Vizueta todo era diferente, se respiraba calma y tranquilidad. Instalados adentro, fuimos testigos de que, a pesar de contar con más de siete décadas de vida, Laurita no le huye a las labores domésticas: prepara el desayuno, limpia la mesa… aunque con cierta ayuda de Rebeca, empleada doméstica del hogar, quien ve a su jefa como una compañera, ya que siempre la está animando diciéndole “que en la vida uno no se debe dejar vencer por los problemas, sino siempre buscar una alternativa para seguir luchando".

 

Mientras acompañábamos a Laurita a la Clínica Sotomayor, ésta nos comentó la génesis de su enfermedad; con pesar recuerda que la hinchazón de sus pies fue solo el comienzo. “En el 2010, mientras llevaba aparentemente una vida normal, tuve mi primera recaída, mi cuerpo no estaba bien, de repente comencé a hincharme, tanto que la ropa ya no me quedaba. Estuve un año de hospital en hospital, pero nadie me daba una respuesta hasta que los mismos médicos me dijeron que acuda a un nefrólogo especialista en los riñones”, expresa la adulta mayor.

 

Laurita rememora que el médico de aquella época le dio pocas esperanzas de vida y le indicó que, si se hubiese tratado la enfermedad años antes, estuviera a salvo. El doctor le dijo que debía ser internada rápidamente para realizarle una intervención a corazón abierto, la cual era riesgosa porque sólo había dos posibilidades: vivir o morir. Su familia rompió en llanto y tomaron la decisión que no sería operada.

 

Con pasos lentos y sigilosos nos bajamos del taxi, era la hora programada para la hemodiálisis de aquel día y al entrar fue muy impactante ver a diferentes personas con la misma enfermedad; sin embargo, no todos estaban en las mismas condiciones que Laurita: muchos lloraban con resignación, algunos se quejaban por el dolor, y otros estaban tan aterrorizados al ser la primera vez en la que se someterían a la terapia, una salvación o tal vez una tortura.

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Las gasas muestran la parte de su cuerpo por donde le introducen las agujas para su tratamiento.

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Las venas hinchadas en sus brazos reflejan los cinco años de lucha contra la insuficiencia renal.

Llegó el momento de la hemodiálisis. Resignada o quizá acostumbrada, Laurita se limitó a recostarse en el sillón mientras los doctores empezaban a colocarle las agujas en diferentes puntos de su brazo izquierdo hasta llegar al catéter que tiene implantado y conecta con la vena principal, el cual permite que el dolor no sea tan intenso, ayudando al mismo tiempo a que la vena no se reviente. Luce tranquila, aunque se puede observar cómo las venas de sus brazos se hinchan, haciendo que su cuerpo se deforme.

 

Ella nos comenta que su tratamiento dura aproximadamente cuatro horas, explica que siempre es la última en irse porque para que le saquen cada aguja debe esperar una hora y luego sacar la otra, sino corre el riesgo de venirse en hemorragia.

Laurita no le teme a la muerte, así lo manifestó en repetidas ocasiones, lo único que anhela es tener un “fallecimiento bonito, sin sufrimiento y en el tiempo que decida Dios”, a quien agradece por la ayuda que siente que le brinda. Es una mujer muy creyente y piensa que su historia está escrita por él; por lo tanto, no tiene por qué renegar, simplemente luchar para salir adelante, encomendándose en manos de Dios “porque es el único que puede hacer milagros”.

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